Los mejores libros sobre Utopías y Distopías
Lecturas para soñar con mundos ideales, o para temer futuros de pesadilla
¿Qué es una Utopía y por qué nos fascina tanto?
Las visiones utópicas del mundo han sido parte de la tradición literaria occidental (y, en menor medida, también oriental) desde que se tiene referencia. El mítico País de Cucaña (Cockaigne), tierra de la abundancia en el Medievo, la Atlántida, el Dorado, la deseada ciudad de oro de la América del descubrimiento, la Fuente de la Eterna Juventud o Shangri-La, tierra de felicidad imperecedera, se suman a las visiones escatológicas de las tradiciones judeocristiana e islámica (esto es, que idealizan un más allá que se pretende alcanzar). Y es que parece inherente al ser humano soñar con una vida mejor y extrapolar esos sueños a sociedades modélicas, del pasado remoto o de algún futuro inalcanzable.
Hay elementos claramente transversales a toda la literatura utópica que se precie de serlo. Por ejemplo, el protagonista o narrador de sus tramas suele ser un extraño que llega a una comunidad aislada, o que busca incansablemente un lugar ideal que se sustente en principios políticos, sociales, económicos o éticos muy diferentes. Estas similitudes surgen porque, en el fondo, el impulso que está detrás de su escritura es siempre la crítica de la realidad social, y estas novelas reflejan la esperanza latente del lugar y tiempo histórico en que vive su autor. En otras palabras, toda utopía nos invita a cuestionar los supuestos de nuestra sociedad en la búsqueda de un mundo mejor.
La utopía de Tomás Moro (Thomas More)
La historia del término (acuñado del griego ou-topos, que significa ‘no lugar’ o ‘en ninguna parte’) comienza con Utopía (1516). La obra de Thomas More, Lord Canciller de Enrique VIII de Inglaterra, está ambientada en una sociedad ideal que iba a servir de arquetipo para un nuevo género literario.
Publicado como una contraparte del Elogio de la locura (1509) de Erasmo de Rotterdam, este diálogo filosófico describe la vida de los habitantes de un idílico estado insular donde no hay propiedad privada, la igualdad es la norma y la educación es gratuita. Todas las ciudades de la isla son iguales, todas las familias del mismo tamaño, todos los ciudadanos usan el mismo uniforme. Todos, jóvenes o viejos, mujeres u hombres, ejercen el rol previsto para ellos en una rígida jerarquía patriarcal en la que nadie aspira a hacer algo especial, nuevo o diferente. También hay esclavitud y guardianes de la virtud que supervisan cada movimiento. Pese a estar escrita hace ya 500 años, hay un aroma a comunismo o a cristianismo primitivo que convierte a Moro en el «padre del socialismo utópico». La sensación que nos deja su lectura es agridulce: en su utopía intuimos facetas atractivas en clara oposición al feudalismo de la época pero, desde la óptica del liberalismo, la economía de mercado o la libertad individual que hoy son norma reconocemos en esa República la imagen sombría de un Estado totalitario.
Esta paradoja no es más que la constatación de la delgadísima línea que existe entre la utopía y la distopía. Y es que estas lecturas nos remiten inevitablemente a algunas preguntas clave: ¿cómo sería un mundo perfecto? ¿Son posibles otras formas de sociedad? ¿Cómo puede la literatura pensar el futuro? ¿Cómo queremos vivir y, no menos importante, cómo no queremos hacerlo? La literatura, como el arte en general y aunque describa con precisión la realidad de cada día, siempre abre espacios de oportunidad a lo diferente.
La utopía clásica se entrelaza con la filosofía
En la utopía la tensión entre lo ideal y lo real está siempre presente. Muchos de los mundos representados se encuentran fuera de la Historia en una edad de oro, antes del tiempo conocido, o en un tiempo mítico gobernado por sus propias reglas. La República de Platón (hacia el año 380 aC) puede ser el predecesor más importante del género. Otro ejemplo bien conocido es La Nueva Atlántida (1624), de Sir Francis Bacon. Siguiendo el mismo patrón de los ejemplos anteriores, todos los aspectos de la vida humana quedan estrictamente regulados por el estado, y la ingeniería social y la educación se proponen como medios para erradicar los males inherentes a la naturaleza humana.
La Ilustración, utopía e ideales políticos
Las utopías del siglo XVIII hicieron uso de los discursos ilustrados sobre el progreso, la razón y las reformas sociales. Es una época marcada a fuego por la Revolución Francesa y el desarrollo del Nuevo Mundo. Los recién independizados Estados Unidos resultaron el escenario perfecto para la utopía, y muchos de los que querían cambiar las cosas se embarcaron hacia el Oeste tratando de hacer realidad los principios de progreso e individualismo.
Cándido de Voltaire (1759) se topa con una ciudad apartada e idílica en Latinoamérica, llamada El Dorado, donde todos viven en armonía e igualdad. Conocidísimos son Daniel Defoe, que escribió Robinson Crusoe (1719), y Jonathan Swift con Los Viajes de Gulliver (1726). Aunque las utopías geográficas o de viajes de este período se asemejan a las narrativas contemporáneas de exploradores, conquistadores y mercaderes, los autores no pierden la ocasión de proyectar sus ideales inalcanzables a esos nuevos mundos. También evolucionan subgéneros como la utopía feminista. La única obra conocida de ficción utópica de una mujer del siglo XVII, The Blazing World (en inglés) (1666), de Margaret Cavendish, es una representación fantasiosa de un reino satírico y utópico libre de guerras, diferencias religiosas y discriminación sexual; y es el único lugar donde se puede asegurar la verdadera felicidad, la satisfacción y la realización personal.
Ciencia ficción, cuando la utopía deja de ser idílica
En el siglo XIX la tradición utópica continuó evolucionando bajo el disfraz del socialismo y los primitivos movimientos cooperativos. En un momento de salvaje crecimiento industrial, las novelas utópicas viraron decididamente hacia los derechos humanos, la igualdad y la democracia, y se convirtieron en un excelente mecanismo para popularizar principios políticos y económicos. Aunque famoso por sus novelas de aventuras (La Llamada de lo Salvaje o Colmillo Blanco), Jack London también es conocido por sus títulos de ciencia ficción, sobre todo El Talón de Hierro (1907), novela distópica que retrata un movimiento socialista que derroca a la elite oligárquica. Las Noticias de Ninguna Parte (en inglés) (1890) de William Morris también desarrolla los ideales socialistas. A diferencia de estos, y habiendo experimentado la realidad del totalitarismo comunista, otras obras expresan una clara advertencia contra sus derivas, como Evgueni Zamiatin en Nosotros (1921), una inquietante novela ambientada en un futuro estado policial distópico.
La visión optimista del futuro va camino de su final con la llegada del siglo XX y, muy especialmente, con el horror de sus dos guerras mundiales. Al mismo tiempo, la ciencia y la tecnología entran de lleno en la literatura atravesando fronteras que aún no habían traspasado en la realidad. Buen ejemplo de ello son las obras de ciencia ficción más famosas de H.G. Wells, como Cuando el Dormido Despierte (1899), El Hombre Invisible (1899), La Guerra de los Mundos (1897), Una Utopía Moderna (1905) y La Máquina del Tiempo (1895). Esta última desarrolla el concepto de ucronía (‘no-tiempo’, en analogía a la utopía como ‘no-lugar’), al igual que Mirando Atrás (1888) de Edward Bellamy. En el mundo de Wells el viaje en el tiempo no es misterioso o sobrenatural, es el resultado de la tecnología. Pese a la fascinación por la técnica, la idea de que el desarrollo empeorará las condiciones de vida es uno de los ejes centrales del creciente género de la distopía.
Las fronteras entre utopía, distopía y ciencia ficción resultan casi inexistentes, y se difuminan aún más con la transformación tecnológica. En una increíble anticipación del mundo cibernético, E.M. Forster describe un futuro de individuos alienados obligados a la destrucción en su cuento La Máquina se Para (1909). Debemos la palabra «robot» a la obra de Karel Capek, RUR (1921), en la que novedosas máquinas de carne y hueso empiezan a pensar por sí mismas y comienzan una rebelión que conduce a la destrucción de la raza humana. Otro título reseñable es La Raza Futura, de Bulwer-Lytton (1871), una utopía tecnológica en la que el protagonista descubre una sociedad bajo tierra con poderes sobrenaturales que podrían permitirles (otra vez : ) exterminar a la humanidad. Por último, destacampos Erewhon (1872), de Samuel Butler, sobre la posibilidad de que las máquinas algún día puedan adquirir conciencia y hacerse cargo de los seres humanos.
Algunos autores apuestan por la mezcla de géneros, como Anatole France y su novela La Isla de los Pingüinos (1908), a la vez utópica y satírica. El enfrentamiento entre clases sociales de Metropolis (en inglés) (Thea von Harbou, 1925), fue la base de la fantástica película de Fritz Lang. Por otro lado, Matriarcadia (1915), de Charlotte Perkins, describe una sociedad aislada compuesta enteramente por mujeres que encaja en la tradición de la primera literatura feminista. Destacan también El Otro Lado (en inglés), de Alfred Kubin (1909), que se abre camino por las inquietantes perspectivas del subconsciente, y las controvertidas novelas libertarias de Ayn Rand. En una de las primeras, Himno (en inglés) (1938), retrata un mundo donde la personalidad es denostada hasta la muerte y donde los avances científicos rara vez son permitidos. Entre una catarata de visiones pesimistas, La Isla de Aldous Huxley (1962) se destaca como una contraparte utópica de su obra más famosa (Un Mundo Feliz, 1932) en la que la humanidad ha abrazado la clonación, y el individualismo y la libre expresión son rigurosamente controlados por la autoridad central. No nos olvidamos de 1984 (en inglés) (1949) de George Orwell, probablemente la obra maestra de la ficción distópica, que retrata a una humanidad que es víctima de la guerra perpetua, la vigilancia gubernamental y la propaganda omnipresente.
El género utópico hasta nuestros días
Hoy, 500 años después de Thomas More, el escenario social y literario ha cambiado y las fantasías utópicas abordan nuevos temas como la inteligencia artificial.
La oferta literaria es infinita pero queremos acabar con algunos títulos recientes y muy interesantes:
Mil Millones de Años hasta el Fin del Mundo, de Arkadi y Boris Strugatski, sobre las sorprendentes interrupciones que recibe un matemático a punto de desvelar una fórmula revolucionaria; El Cuento de la Criada, distopía que no necesita presentación ante la merecidísima fama que le ha otorgado la serie del mismo nombre; la también cinematográfica saga de Los Juegos del Hambre; The Power, de Naomi Alderman, sobre un mundo utópico en el que las mujeres ejercen el poder; Los Últimos Libres, sobre Internet y la falta de libertad; y en la delgada línea entre la distopía y el thriller post-apocalíptico, Arena Uno, una saga muy popular del superventas Morgan Rice.
A veces es inevitable pensar que la realidad va tan deprisa que se solapa con los relatos distópicos. Hablamos a diario de escasez de recursos, de especulación financiera y de problemas ambientales. Un informe catastrófico se suma a otro. Estamos, por lo tanto, ante un desafío permanente para la literatura utópica que, al igual que en el pasado, trabaja en alternativas literarias que evoquen un futuro mejor o nos alerten de desastres venideros. Y es que, en último término, y como bien resume el genial Oscar Wilde, «el progreso es la realización de todas las utopías».
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1 Comentario
Buenas ,muy interesantes muchas gracias