Fachadas, de Eric Lundgren, un misterio filosófico
Quedáis advertidos. En esta novela, que trata del misterio de la desaparición de una cantante de ópera en una ciudad fantasma del Medio Oeste estadounidense, mucho antes de entrar en materia el autor nos pone ante dos citas. Una, de Ludwig Wittgenstein. La otra, de Italo Calvino, sacada nada menos que de Las ciudades invisibles.
Si a pesar de esta confesión de parte, queréis adentraros en la trama delgada y el ambiente denso de Fachadas, no podréis decir que Eric Lundgren ha jugado sucio. Estamos ante una de esas novelas al estilo de Ricardo Piglia —reciente ganador del premio Formentor— en las que el hecho criminal no actúa como generador de una historia sino como excusa para una reflexión que lo supera. O que reside en otra parte. Traducido a jerga literaria: esta es una novela posmoderna, como las de Paul Auster o las de Haruki Murakami. Si lo vuestro son estos autores, estáis ante un descubrimiento feliz.
Eric Lundgren es bibliotecario de profesión y declara que se siente mucho más lector que escritor, afirmación con la que no se puede estar en desacuerdo si uno lee bien el arranque de la historia.
Cuando Sven Norberg —el parco narrador que nos llevará por las narices durante 260 páginas— entra en la comisaría de Trude —la ciudad ficticia que es préstamo de Italo Calvino— para denunciar la desaparición de su mujer, lo primero que ve sobre el escritorio del detective McCready no es la clásica foto de familia. Esta es la tercera advertencia de Lundgren: lo que hay allí es una desvaída foto del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein en marco de acero, donde se lee esta cita apócrifa:
El caso es todo lo que es el mundo.
Si nos habéis acompañado hasta aquí, ya sabéis que estamos ante una novela policial que le debe tanto a Jorge Luis Borges y Franz Kafka como a Raymond Chandler.
Trude es una ciudad posindustrial desmoronada, con una arquitectura modernista caprichosa y barroca imaginada por otro vienés expatriado: el arquitecto Klaus Bernhard. No, no os equivocáis. El eco está allí para que todos los oigan: Lundgren también admira a Thomas Bernhard. Y Trude es la verdadera protagonista de esta historia. Si os cuesta imaginarla, pensad en Barcelona y su Eixample una vez vaciado de todos los vecinos que ocupan los otrora orgullosos palacios de la industria textilera y sea ocupado, en exclusiva y tangencialmente, por los turistas low-cost de Airbnb.
En esta trama delgada, hay una subtrama que apunta a los espacios urbanos, a su planificación, a sus infraestructuras. Mientras Sven Norberg busca en vano a Molly, la mezzosoprano desaparecida, y pasa por alto pistas que en cambio no se le escapan al lector, la ciudad de Klaus Bernhard llega a ocupar la centralidad de sus esfuerzos decodificadores.
Piérdete en Trude.
Así rezaba el antiguo cartel de promoción turística de la ciudad, que fue retirado porque se ajustaba demasiado bien a la realidad.
De pronto, la que aparece como una trama secundaria —el antagonismo mortal entre el nuevo alcalde Dwight Fuller y los bibliotecarios de la ciudad— se transforma en una guerra en todas las de la ley, que mueve al impávido Sven Norberg a tomar partido. Las bibliotecas están por desaparecer por falta de presupuesto municipal y los bibliotecarios se atrincheran.
Solo que nuestro narrador no pertenece a la casta de los héroes. Todo en su vida es una fachada como las de Trude y sus dramas son dramas muy corrientes. Molly desapareció cuando salió del hotel a buscar un huevo con el que aclararse la garganta para el concierto; su hijo adolescente le espera para que siga incumpliendo, muy posmodernamente, sus deberes de padre; su empleo como burócrata judicial no es para desperdiciar en este mundo donde sobran los deseos superficiales y falta el trabajo.
El mayor enigma de este misterio filosófico de Eric Lundgren es el propio Sven Norberg. Y esa sí será una incógnita que toque la fibra del lector.
Felicidades a la editorial Malpaso por atreverse con esta apuesta por una primera novela poco convencional.