La vida secreta de los edificios, de Edward Hollis
De cemento, de mármol, de hierro, piedra o ladrillo, los edificios presumen de inmutabilidad. Es lo que nos hace recurrir a ellos como refugio, tanto cotidiano como extremo. Pero Edward Hollis quiere sacarnos del error en La vida secreta de los edificios.
Para este arquitecto, dedicado a la restauración y adaptación de edificios históricos, un edificio es sobre todo un palimpsesto. Así como la Alhambra tenía escrito en sus paredes el manual de uso del palacio de recreo de los nazaríes que Carlos V nunca pudo leer, el Partenón y San Marcos, el muro de Berlín y el muro de las Lamentaciones existen tanto por las historias que cuentan como por su materialidad.
Estructurado como 13 cuentos, cada uno dedicado a su vez a 13 piezas de arquitectura, y con la historia del Partenón como hilo conductor, La vida secreta de los edificios es una amena chismología de lo invisible. Y nadie que lo lea volverá a hacer turismo monumental con los mismos ojos.
La vida después de la muerte
Antes de que nos emocionemos frente al Partenón que hoy se exhibe en la Acrópolis de Atenas como si estuviésemos ante el secreto de la perfección clásica, Hollis nos recuerda que Atenea fue expulsada de su santuario hace mucho tiempo. En realidad, el Partenón fue templo cristiano —católico primero, ortodoxo después— durante más siglos que lugar sagrado de los ciudadanos atenienses. Luego se convirtió en mezquita y más tarde en polvorín, antes de volar por los aires en 1687. Logró el status de antigüedad recién en el siglo XIX y, en 1914, el recién elegido rey de Grecia inauguraba las obras de su restauración con un discurso en alemán dirigido a sus súbditos griegos.
Mientras el Partenón, fusilado a píxeles cada año, se deshace lentamente, convertido su mármol en yeso por el efecto de las lluvias ácidas, al pie de la Acrópolis se ha multiplicado en forma de souvenirs para viajeros; ha emigrado a Las Vegas en su versión de fibra de vidrio; a Edimburgo, donde la réplica es más ruinosa que el original, o a orillas del Danubio, en Ratisbona.
El comité de sabios internacionales reunido en 1975 debatió su futuro. No faltó quien, como lord Byron en su poema narrativo Childe Harold’s Pilgrimage, propusiera que la única manera de devolverle la dignidad era dejar que se disolviera al aire y al sol.
Al pie de la Acrópolis le espera su tumba de cristal, concebida por el arquitecto francés Bernard Tschumi. Este Partenón fantasma continúa vacío, a la espera de la repatriación de todas las esculturas y fragmentos que se encuentran en Londres, París, Palermo, Wursburgo y Viena.
La ciudad como feria y parque temático
El famoso arquitecto y arquéologo francés Eugène Viollet-le-Duc señaló que la restauración era una práctica moderna nacida de una idea moderna del pasado. En la restauración vive la semilla del «fin de la historia», que transformó el muro de Berlín —hasta entonces «el fin del mundo»— en cantera de fragmentos codiciados y codiciables.
Y nadie sabía más que Viollet-le-Duc, rey del «renacimiento gótico», sobre restauraciones. Fue quien emprendió y terminó (1845-1865) la de Notre Dame de París, desde el primer contrafuerte hasta la última gárgola. Esa unidad de estilo que subyuga en Notre Dame comparada con lo abigarrado de otras catedrales góticas es, en realidad, un artificio decimonónico que un albañil medieval jamás habría reconocido como propia.
No hay ningún lugar donde la ciudad como parque temático se vea con mayor claridad que en Las Vegas, con sus venecias y mónacos tan atestados de turistas como los originales. A tal punto que Hollis le dedica un cuento entero. Y así asistimos a la venta de una Venecia de fibra de vidrio, mediante la técnica de exponer un power-point. Sheldon Adelson, el comerciante estadounidense, logró la proeza de extasiar a Qian Qichen, viceprimer ministro chino con ese juego de sombras. Un nuevo Marco Polo contándole nuevas historias fantásticas a un improbable Kublai Kan.
La vida está en las historias
Hollis logra llevarnos de la nariz con un estilo narrativo fresco y desenfadado. A tal punto que se permite imaginar en cuál de las muchas estancias de La Alhambra fue concebido quien luego fue el melancólico Felipe II. O pintar a un Carlos V enamorado de esa arquitectura misteriosa y aérea, que tanto se parecía a una mujer frente a los muros adustos de su Gante natal.
Su conclusión no es banal. El sentido no se esconde en la transitoriedad de las estructuras arquitectónicas sino en la continuidad de las narrativas que han permitido en cada una de sus encarnaciones. El muro de las Lamentaciones se nos haría incomprensible sin los ritos, las ceremonias, las comidas y los relatos de los peregrinos que cada día lo visitan.
La vida secreta de los edificios, de Edward Hollis. Editorial Siruela. Madrid.
[Imagen: De Venecia a Macao, collage y pintura de Ludovico de Luigi. Ilustración perteneciente al libro comentado.]