El derecho al dolor
Una lectura de Clavícula, de Marta Sanz
Golpean mi pecho tus fantasmas,
despiertas a mi tacto,
hielas mi frente,
abres mis ojos.
La poesía – Octavio Paz
Si escuchas a un poeta recitar una obra propia podrás ver cómo la presencia de cada palabra sustituye o invoca alguna parte de su cuerpo que, probablemente, le duela hasta la demencia.
La poesía es ruptura, las normas del lenguaje se transgreden constantemente porque hay un vacío entre la palabra y el dolor del poeta, y aunque no existe nada más subjetivo que el dolor propio y nada más irreal que el ajeno, ocurre en ocasiones que el tormento que origina un texto literario no es conceptual ni metafórico, sino físico.
El dolor parte del cuerpo del poeta, él puede tocarlo, sabe exactamente dónde se retuerce el sistema nervioso, dónde empiezan a desgastarse los huesos, dónde, la muerte previsora, comienza a hacer sus primeras visitas. El dolor rompe el sentido convencional, pues si la poesía tiene alguna función es la de alterar nuestra visión de la realidad, esa en las que nos sentimos tan seguros y que provoca los engaños de la ficción. En Clavícula, Marta Sanz es narradora y protagonista, pero no desvíen la atención, porque su esencia es la de poeta, solo hay que leer la pasión con la que selecciona las esdrújulas para dar ritmo a los fragmentos que componen su historia.
Si los seres humanos nos dividimos entre nuestra esencia y nuestra función, el mayor engaño al que un escritor se somete es al de pensar que ambos términos deben estar relacionados, por eso Marta Sanz, como muchos otros, como yo misma, trabaja como una mula por su función de escritora: da conferencias, charlas, cursos, asiste como jurado a premios literarios y cruza el Atlántico con demasiada asiduidad para hacer básicamente lo mismo, hasta que un día a su esencia no le queda más remedio que convertir su cuerpo en un quebranto. El espacio que queda entre el interior y el exterior duele.
La poeta Marta Sanz, disfrazada de narradora, toma su dolor real y todas las preocupaciones que atañen a su función y las convierte en literatura porque la poesía está en la vida y en el cuerpo del poeta y la única herramienta que tiene para reconstruir ese cuerpo desgajado es la palabra.
Mientras me sumerjo en su dolor, repito, en su dolor físico, en una enfermedad que no tiene nombre, pero que es real, compruebo lo descarnada que es la ternura y el pavor con el que este personaje, Marta Sanz, se enfrenta a la responsabilidad de amar. Es indolente con las necesidades inventadas por la contemporaneidad, pero absolutamente solidaria con las debilidades humanas, y por eso está más capacitada para entender al otro. Los fragmentos en los que habla de su familia y de su marido son los que más la acercan a su esencia, con ellos puede desmoronarse sin ser jamás una víctima.
Cuerpo y escritura están ligados en Clavícula como en una metonimia, por eso la cita de Marguerite Duras del comienzo nos sobrevuela todo el tiempo:
Una se encarniza. No se puede escribir sin la fuerza del cuerpo.
También la escritura por fragmentos recuerda a El amante, pero con la pulsión de la madurez, sin revelaciones ni remordimientos. Asistimos a un acontecimiento del cuerpo, al desgaste de la vida y las frustraciones que se acumulan en espacios muy concretos y, en ocasiones, nada íntimos.
Clavícula recapacita sobre las trampas a las que nuestro físico nos somete sumergiendo al lector en una retórica del padecimiento escrita por un personaje de fondo hedonista: un eco lacaniano nos recuerda entonces que la pulsión de muerte reside entre el conocimiento y el goce. ¿Por qué sufrimos tanto las dolencias y le damos tanto poder a las enfermedades? Tal vez la razón sea porque percibimos el placer a través de los sentidos y cualquier elemento que rompa nuestra posibilidad de goce vital, por pequeño que sea, es capaz de derrotar las voluntades y los afectos.
Clavícula marca, hace mella, porque reivindica el derecho a sufrir en voz alta, destierra las superficialidades que el forzado optimismo de nuestra era nos obliga a adoptar infantilizándonos y haciéndonos aun más manipulables. Asumir el dolor es un acto de rebeldía que Marta Sanz invoca y provoca desde su pulsión poética, se enfrenta a él y a la palabra, les habla de tú, y como Octavio Paz en La Poesía, las reverencia, tal vez con algo más de sarcasmo.